Ayer me acusaron de que mi comunicación relacionada con Quídam es muy gringa. 🙂 Buen punto. Todo porque uso muchos llamados a la acción como «Ven a disfrutar de buen jazz y liderazgo» o «Visita los sitios de nuestro equipo». Reí con fuerza ante el comentario. Hace un par de años me hubiera molestado bastante, pero las cosas han cambiado. Lo acepto: tengo mucho de cultura norteamericana. Nací del otro lado del río y muy al norte de éste. Mis primeros años de escuela se vivieron allá y muchos más en el Colegio Americano de Monterrey. Y el inglés sigue siendo el lenguaje de los negocios. No está mal.

También tengo vena Española. Me viene de parte de padre y por mis abuelos, uno Sevillano y la otra Madrileña. Lo mismo puedo reirme de chistes de querubines que no se sientan porque «no tienen culito» que enamorarme de la idea Schutziana de la apertura con más facilidad que si fuera oriunda del Distrito Federal en lugar de chilanga adoptiva.  Siempre me jacto de que el idioma español sirve más para describir cosas específicas y tiene una riqueza que permite ser claros. Me fascina nuestro idioma. Y me encuentro expresándome – aún con lo que mi colega notó ayer – de manera muy distinta cuando uso el español. Así es como tengo dos cuentas de Twitter y separé los blogs porque sentía que había otra voz queriendo salir de mi.

La música y mi voz cantante parecen para mi un idioma más. Hay cosas que no sé expresar si no es cantando. Y, sí, por si lo sospechan, hay ocasiones en que me gustaría arrancarme en la mayor, como si estuviera en un musical. Aunque, en general, me aguanto si estamos en una sala de juntas o en medio de un curso. Y no me aguanto si puedo evitarlo o compartir algunas estrofas alegando «como dice la canción».  Es poético. Más conciso y claro así. Mis pobres receptores de coaching lo sufren de vez en vez.

Lo visual es otro idioma más. Me sonrío cada vez que voy a dar una conferencia y los organizadores me piden que les mande las láminas que proyectaré para incluirlas en las memorias. Se extrañan mucho ante mi negativa y ya me acostumbré a preparar artículos acompañantes para repartir a los asistentes. Esto porque las susodichas láminas son puras imágenes, por lo general fotografías. Uso muy pocas palabras y listas en ellas por lo que, si las incluyen en las memorias, se verán lindas pero no aportarán gran cosa al cúmulo de información que los organizadores esperan recolectar en ellas.

Soy un poco rara. (Prefiero la palabra singular, por cierto.) Pero tampoco tanto como para que lo notes de inmediato. Cada lenguaje aporta algo a mi pensamiento y me permite observar cosas que los otros ocultan. El otro día hablaba con una colega europea y le decía que en español no confundimos con tanta facilidad el liderazgo con la posición de autoridad, la jefatura. Porque tenemos palabras separadas y el jefe no es necesariamente el líder. Sabemos de inmediato que el líder inspira y mueve a la acción y que al jefe hay que hacerle caso porque nos puede correr. Perdemos menos tiempo distinguiéndolos y tenemos más oportunidad de explorar ambos roles, ya sea que se den en una misma persona o no.

Así que no aspiro a dejar de ser Estadounidense o Mexicana o Española, cantante, escritora y demás. Ahora también me he convertido en «twitera», «bloguera», «facebookera», «linkedinera» y – aunque esas no sean palabras – sí requieren cada una de ellas de un distinto tren de pensamiento. Sospecho que para muchos también les aporta un idioma específico el ser ejecutivo, o banquero o papá o golfista.

¿Tú qué idiomas usas? ¿Cómo contribuyen a tu día con día y cómo piensas integrarlos para enriquecer tu vida?

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